Descubrí a Hanna Arendt en el capítulo “Pensar en tiempos oscuros” del libro “La vida líquida” (Z. Bauman). Tras ese primer contacto, sobrevino el segundo hace unos días con una película que lleva por título su propio nombre. En el transcurso de dos horas somos testigos de lo que pudieron ser sus días durante el juicio en el cual condenaron a A. Eichmann, acusado de genocidio por organizar el transporte de millones de judíos a los campos de concentración nazis y a las cámaras de gas. Algunas escenas detenidas nos muestran cómo él siempre justifica todas sus acciones en el cumplimiento de la órdenes que se le dictaban, la llamada obediencia debida. Se van descubriendo a lo largo de la película los diferentes argumentos que llevan a ella a elaborar el informe sobre el juicio, donde expuso su interpretación centrada en la banalización del mal.
Sin restar importancia al hilo conductor de la película, a sus protagonistas y al contexto histórico, tras las dos horas esbozo alguna idea que creo tiene extensión al día a día, de aquí y ahora. Y que tienen que ver con el hecho de que cuando se nos da todo pensado y nos limitamos a actuar guiados por el objetivo de obedecer podemos llegar a convertirnos en “una pieza” superflua e intercambiable. ¿Alternativa?: la de hacer pensando mientras estamos actuando, por el sentido de las cosas cuando se tiene la capacidad de pensar.
Hola! Estoy totalmente de acuerdo con lo que planteas.
Te dejo un vídeo sobre un experimento sociológico que trata de eso precisamente: El experimento de Milgram: http://www.youtube.com/watch?v=7JFIP98ASxU
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